lunes, 30 de mayo de 2011

Veinte años

Opinión |29 Mayo 2011 - 1:00 am

William Ospina

Veinte años

Por: William Ospina

CUARENTA Y CUATRO AÑOS DE HE-gemonía conservadora (1886-1930), seguidos por dieciséis años de república liberal (1930-1946), produjeron en Colombia los doce años de la guerra civil no declarada que se llamó la Violencia (1946-1958).

Es decir, la pretensión de los dirigentes conservadores, y de su alianza nefasta clerical y terrateniente, de ser los únicos dueños del destino de Colombia, contrariada por la pretensión de los gobiernos liberales de administrar el país con otra visión, produjo un enfrentamiento civil mucho más prolongado que la Guerra Civil Española.

Ese abrazo de sangre de los dos partidos tuvo una consecuencia más grave que los trescientos mil muertos de la Violencia: un pacto antidemocrático, el Frente Nacional, entre las dos fuerzas que habían ensangrentado al país, que cerró las puertas durante veinte años más (1958-1978) a toda iniciativa política distinta.

En resumen, cuarenta y cuatro años azules, más dieciséis años rojos, más doce años de violencia roja y azul, más veinte años de maridaje entre los dos colores suman noventa y dos años de bipartidismo violento, excluyente e irresponsable. En 1982, al cabo de esa escandalosa orgía antidemocrática, Colombia era un caldero de violencias cruzadas.

En muchas partes del mundo la llegada de la modernidad industrial arrojó violentamente a los campesinos a las ciudades para convertirlos en obreros de la industria naciente. En Colombia, algunos campesinos expulsados que se negaron a dejarse arrinconar en las barriadas urbanas descubrieron que había medio país desdeñado por los poderes políticos y se lanzaron a la guerra de guerrillas desde el comienzo mismo del pacto bipartidista. Sucesivamente otros sectores sociales minoritarios formaron sus propios ejércitos insurgentes y un sector de las clases medias, exasperado por el robo de las elecciones de 1970, formó el M-19, la guerrilla que más conmocionó al país en la década de los ochenta. Ésta se desmovilizó en el año 90, e hizo bien, porque es muy difícil que después de diez años de acción armada las guerrillas no se hundan en la mera criminalidad.

Pero la consecuencia más nefasta del bipartidismo no fue siquiera su proclividad a la exclusión política, sino su capacidad de exclusión económica, el cierre de las oportunidades de iniciativa incluso para las clases medias. En un país de privilegios y de influencias, donde los caminos legales eran el último recurso de los ciudadanos, donde la ilegalidad era casi un recurso de supervivencia, la exclusión económica precipitó a algunos sectores emprendedores de las clases medias al contrabando y al tráfico de drogas, y propició la formación de una gran multinacional de la droga y del crimen que desde entonces fue el motor y el combustible de todas las guerras, degradando a todos los bandos en pugna.

A partir de comienzos de los años ochenta Colombia era ingobernable: en la campaña electoral de finales de esa década, cuatro candidatos a la Presidencia fueron asesinados y en las ciudades las bombas de los narcotraficantes desvelaban a los despiertos y despertaban a los dormidos.

Sin duda es posible examinar las virtudes de la Constitución del 86, que gobernó a Colombia durante 105 años. Pero por las cuentas que acabo de repasar habría que decir que le debemos muchas más lágrimas que risas, y no fue su menor mancha el que quienes estaban encargados de respetarla y de hacerla respetar cancelaban su vigencia cada vez que una mecha se prendía. La lógica es implacable y cuando una constitución tiene que congelarse al menor problema, termina en el congelador y el congelador arrastrado por la avalancha.

Todo lo tenían tan trancado, que para convocar a la Constituyente del 91 hubo que violar la ley; pero ello fue como cuando hay que violar una cerradura para salvar a una doncella encerrada: nadie podría deplorarlo.

Allí comienza la tarea más difícil: discutir las virtudes y los defectos de la actual Constitución, que está cumpliendo veinte años: veinte años en que ni mucho menos podemos decir que el país haya resuelto sus problemas. A lo sumo diremos que nos ha permitido sobreaguar en estos años como una balsa de náufragos.

Dos análisis importantes acaban de aparecer sobre la Constitución del 91, el de Jorge Orlando Melo “Éxitos y debilidades de la Constitución del 91” y el de Hernando Gómez Buendía “Veinte años de la Constitución”, ambos publicados por la revista digital razonpublica.com, pero es de esperar que el debate sea cada vez más amplio y numeroso.

Sin duda los cambios que el país requiere exigirán nuevos cambios en la Constitución, y habrá quien diga que no se puede cambiar una carta porque apenas tiene veinte años, como hubo quien dijera que no se podía cambiar una porque ya había cumplido un siglo. Pero la pregunta central es qué tanto esa Constitución nos está ayudando a vivir en un país mejor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario